Por Jorge Luis Aliaga Pereyra
Hace ya más de cuatro décadas, año tras año, con pasmosa frialdad e indiferencia, teniendo como testigo al pueblo entero, nuestras autoridades, dejaron morir los cipreses de la plaza de armas. Un lugar que sin ser extraordinario, con la presencia de estos hermosos árboles, nos daba la bienvenida y saludaba con dignidad. (antígua Plaza de Armas de Sucre)
Bastó que la ociosa posadera de un insensible ocupara el sillón municipal, para que el resto de alcaldes, preocupados por mezquinos intereses, dejen de mantener esta área verde donde sobresalían los cipreses en diferentes formas.Hace tiempo, mucho tiempo, quería escribir al respecto. No recuerdo el día, ni el año, pero sucedió una mañana cuando, sentado en una de sus bancas, me vi saltando en el ciprés que tenía la forma de una canasta de enorme asa. Para mí esa era la plaza de armas más bella del mundo. No la puedo olvidar. Don Pepito Sancho tomaba fotos ya sea al costado de la canasta, de la llama , del escudo, de la cruz o del pato. Parecía que era el único que adivinaba que los íbamos a extrañar.Algunos afirman que la vida se puede resumir en un momento, y que, a veces, un momento puede durar toda la vida. Por la plaza de armas de nuestro pueblo, han pasado momentos que aún no acaban, ni acabarán; maravillosos momentos.Es verdad que el valor sentimental de las cosas no se puede medir, no es igual para todos. El trompo, el tira jebe, la cometa, el carrito de arcilla, etc. etc., todas estas cosas no tienen un gran valor económico, pero en cada una de ellas se encuentran los momentos más extraordinarios de nuestras vidas.Se han construido pistas, se han colocado adornos en sus cuatro esquinas, existe nueva plazuela, pero ¿por qué tanta indiferencia con la plaza de armas que hacía de nuestros días una eterna primavera?Es verdad que la iglesia luce más hermosa y que algunas casas coquetean con balcones retocados; es verdad lo de la plazuela nueva, pero ¿qué pasó con nuestra plaza principal?La plaza de armas, sin los cipreses y el verdor organizado de sus jardines, nos muestra descorazonada dos quejumbrosas y maltratadas palmeras que se mueven cual gigantes avergonzados por no saber cómo ocultar su descubierta y desnuda intimidad. ¡Cuánto dolor y tristeza hay en ellas!No era la plaza de armas de algún país rico, ni la última maravilla del mundo, pero allí esperaban los cipreses, en la cabecera del pueblo, perfumados y orgullosos de ver pasar alegre al carnaval, sufriendo estoicamente cada fiesta de mayo, recuperados ya para la primavera, y otra vez hermosos para la navidad.Lenta y criminalmente han dejado sucumbir los cipreses de la plaza de armas de nuestro pueblo. Se fueron en silencio llevándose muchos recuerdos que las sobrevivientes palmeras no saben a quién contar. Ellas los echan de menos. A mí solo me queda guardarlos junto a los trompos y tirajebes de mi alma.
Hace ya más de cuatro décadas, año tras año, con pasmosa frialdad e indiferencia, teniendo como testigo al pueblo entero, nuestras autoridades, dejaron morir los cipreses de la plaza de armas. Un lugar que sin ser extraordinario, con la presencia de estos hermosos árboles, nos daba la bienvenida y saludaba con dignidad. (antígua Plaza de Armas de Sucre)
Bastó que la ociosa posadera de un insensible ocupara el sillón municipal, para que el resto de alcaldes, preocupados por mezquinos intereses, dejen de mantener esta área verde donde sobresalían los cipreses en diferentes formas.Hace tiempo, mucho tiempo, quería escribir al respecto. No recuerdo el día, ni el año, pero sucedió una mañana cuando, sentado en una de sus bancas, me vi saltando en el ciprés que tenía la forma de una canasta de enorme asa. Para mí esa era la plaza de armas más bella del mundo. No la puedo olvidar. Don Pepito Sancho tomaba fotos ya sea al costado de la canasta, de la llama , del escudo, de la cruz o del pato. Parecía que era el único que adivinaba que los íbamos a extrañar.Algunos afirman que la vida se puede resumir en un momento, y que, a veces, un momento puede durar toda la vida. Por la plaza de armas de nuestro pueblo, han pasado momentos que aún no acaban, ni acabarán; maravillosos momentos.Es verdad que el valor sentimental de las cosas no se puede medir, no es igual para todos. El trompo, el tira jebe, la cometa, el carrito de arcilla, etc. etc., todas estas cosas no tienen un gran valor económico, pero en cada una de ellas se encuentran los momentos más extraordinarios de nuestras vidas.Se han construido pistas, se han colocado adornos en sus cuatro esquinas, existe nueva plazuela, pero ¿por qué tanta indiferencia con la plaza de armas que hacía de nuestros días una eterna primavera?Es verdad que la iglesia luce más hermosa y que algunas casas coquetean con balcones retocados; es verdad lo de la plazuela nueva, pero ¿qué pasó con nuestra plaza principal?La plaza de armas, sin los cipreses y el verdor organizado de sus jardines, nos muestra descorazonada dos quejumbrosas y maltratadas palmeras que se mueven cual gigantes avergonzados por no saber cómo ocultar su descubierta y desnuda intimidad. ¡Cuánto dolor y tristeza hay en ellas!No era la plaza de armas de algún país rico, ni la última maravilla del mundo, pero allí esperaban los cipreses, en la cabecera del pueblo, perfumados y orgullosos de ver pasar alegre al carnaval, sufriendo estoicamente cada fiesta de mayo, recuperados ya para la primavera, y otra vez hermosos para la navidad.Lenta y criminalmente han dejado sucumbir los cipreses de la plaza de armas de nuestro pueblo. Se fueron en silencio llevándose muchos recuerdos que las sobrevivientes palmeras no saben a quién contar. Ellas los echan de menos. A mí solo me queda guardarlos junto a los trompos y tirajebes de mi alma.