El año 1996, por encargo de la Municipalidad Provincial de Celendín, nos tocó organizar la Feria Taurina en Honor a la Santísima Virgen del Carmen, patrona de la provincia. Como aficionados tratamos de hacer una feria para el recuerdo y sin escatimar esfuerzos, la llenamos de detalles y florituras. Mandamos traer carteles españoles para todos los abonados, hicimos unos primorosos programas de feria a todo lujo y conseguimos los premios a otorgarse: Escapulario de la Virgen del Carmen para el torero triunfador de la feria, premio a la mejor ganadería, premio al mejor banderillero, etc.
El Escapulario de la Virgen a disputarse fue obsequiado por el ingeniero minero Efraín Contreras. Era un medallón rectangular de plata pura de 8 cm. de ancho por 12 cm. de largo y unos 300 gramos de peso, fuera de una gruesa cadena que medía unos 40 cm., mandados a confeccionar en San Jerónimo de Tunán.
Como era costumbre, este escapulario fue exhibido en la tienda de don David Camacho, la del jirón Ayacucho, causando, como era natural, diferentes comentarios. La reacción más feroz fue la que causó en tres amigos que eran encargados del cuidado de la Iglesia Matriz y de todos sus inquilinos. Ellos no estaban de acuerdo en que semejante joya fuera otorgada al torero triunfador de la feria y, de inmediato, se lanzaron a la santa cruzada de hablar conmigo para evitarlo, ya que yo era el presidente de la feria. A las 10 de una mañana de julio tocaron la puerta de mi casa con mucha determinación. Los hice pasar y, sin sentarse en las sillas que cortésmente les ofrecí, y sin más dilaciones, me increparon:
-Mira hermano, tú eres devoto de la Madre y por eso queremos hablar contigo. No creemos que esa joya, que están exhibiendo en los Camacho, vayas a entregarla a un desconocido, por mas torero que sea. Nosotros vamos a bordar en hilo de oro y con la imagen de la Virgen, unos escapularios para que premies a los toreros y esa joya se queda para la Madre del Carmen.
El interlocutor había hablado tan rápido y con tanta autoridad que me dejó pasmado. Los tres estaban parados y en posición de florero, yo desde mi silla sentado los vi como gigantes amenazadores. Aun así les dije:
-Ustedes me conocen y sé que me van a comprender. Este escapulario me lo ha obsequiado un amigo taurino, él va ha venir a conocer Celendín y a gozar de la feria, yo no puedo hacer el cambio que me plantean. Incluso eso es malversación- acoté sin convicción.
Dieron media vuelta ofendidos y sin despedirse se retiraron pisando fuerte, como si estuvieran en un desfile.
Convencidos como estaban de que su causa era divina, montaron guardia en las inmediaciones de la tienda de Octaviano Díaz ,conocido desde tiempos no confirmados como El Curita, lugar al que el padre Antero Mundaca acudía todos los días, incluso domingos y feriados, a las 5h00 pm., puntualmente, a compartir unas ocho cervezas con tres amigos contertulios, a quienes no les permitía pagar nunca un centavo, pero tampoco les permitía hablar, y ante quienes se libraba a feroces monólogos que, de no ser por los copiosos vasos de cerveza con que eran remojados, hubieran resultado insufribles y agotadores.
A las 4h45 pm. vieron aparecer al cuarteto, que venía con paso lento. Gesticulando exageradamente pero a la vez intentando hacerse los invisibles, tratando de disimular un hecho que era de dominio publico, los amigos entraron en la tienda y se sentaron en una mesa que camuflaba un biombo de tela floreada.
El cura Antero Mundaca se jactaba de haber ganado todos los partidos de ajedrez en que había participado, era hincha de los equipos que ganaban, gran cazador de piezas increíbles, explorador de junglas desconocidas, veterano de guerras secretas y retador de duelos armados como lo obligaba su estirpe chotana. Pero lo que lo redimía de toda la fantasía en que transitaba era su inquebrantable fe en Dios, su gran sentido del humor y su afición a la fiesta brava, a las corridas de toros.
Cuando el cura Mundaca servía la sétima botella de cerveza, con evidente temblor en la mano, irrumpieron de pronto los tres miembros de comisión santa y se pararon frente a él. El cura los abarcó en una mirada y preguntó extrañado
-¿Qué pasa?
-Padre -le dijo el más alto y mofletudo-, disculpe que lo molestemos, pero esto es urgente… ¿Ha visto el escapulario que está en la tienda de David Camacho?
-Si -dijo un poco molesto el cura-, y ¿qué hay con eso?
-La comisión taurina piensa otorgar esa joya que es de pura plata al torero que triunfe en las corridas de toros -respondió-. Nosotros pensamos que no podemos permitir tal despilfarro y queremos pedirle que hable con el presidente de la feria que es su amigo y lo convenza de que ese escapulario lo obsequie a la Virgen. Nosotros le hemos dicho ya, que, a cambio, le vamos a bordar un escapulario en hilo de oro para los toreros
Después de apurar un largo trago de cerveza, y en un acto de clarividencia, el cura dijo con total convencimiento:
-Miren talegones..., la Virgen es taurina..., y tiene su capa... ¡Si quiere el escapulario, que baje y torée...!
Los tres amigos se hicieron la señal de la cruz y espantados salieron sin replicar. Nadie interrumpió el silencio durante unos instantes, hasta que el cura terminó su vaso de cerveza y masculló un torerísimo: ¡Joder!