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domingo, 2 de octubre de 2011

"MI TELARAÑA FAVORITA"

Por: Franz Sánchez

Mi cuarto estaba hecho un muladar, ropa tirada por el piso, papeles revoloteados, libros de mis tres julios (Verne, Cortázar y Garrido), afiches de Reese Witherspoon, folletos que conservo desde primer ciclo que no pensaba botar porque creía que no podría vivir sin ellos, y una infinidad de etcéteras. Así que decidí de una vez por todas arreglar ese infierno, para ello me envestí en un traje presurizado a prueba de todo, y luego me sumergí en la odisea del abandono.

Y cada vez que quiero ordenar mis cosas, comienzo por lo menos importante para mí, o sea los trapos a los que llamamos ropa. Pero después, y a medida que reduzco el barullo, con meticulosidad que resulta sorprendente en mí, selecciono cada artículo, texto, folleto, revista, periódico, libro, y hoja suelta que encuentre, deteniéndome en cada uno de ellos, haciendo que la jornada sabatina termine muy tarde.

Al fin de la proeza, orgulloso de mi sobrenatural esfuerzo, con el corazón atragantado en la garganta, lleno de polvo añejo, observo un rincón de la pared y me percato de que se ha formado una tela de araña de dimensiones considerables, que eclipsa la luz de la ventana y que le da un clima perfecto a mi espacio opaco.

Decido entonces averiguar, si mi compañera de habitación está a gusto con mi compañía. Una vez cerca de la telaraña, me maravillo con los diseños tan intrincados que ha tejido mi vecina, soplo suavemente para no romper ninguna de sus sedas, y veo que recorre ella, con mucha elegancia cada tramo de su creación. Entonces le regalo una sonrisa y me voy…

Y en las noches, la sentía descender y recorrer palmo a palmo la habitación, y a veces me dormía pensando en las cosas que mi “partner” habría hecho durante el día. Todo ello constituía un pacto tácito, yo no la molestaba, y ella me libraba de cualquier insecto volador que pretendiera invadir mi territorio.

Pero ayer fue un día muy extraño. Llegué a la privacidad de mi espacio compartido, y cuando recostado sobre la cama, con las manos entrecruzadas al pie de mi cabeza, observaba la pared, noté un horripilante espacio blanco en el rincón de mis divagaciones. Di un brinco involuntario, y fui a buscar mi telaraña, a encontrar a mi amiga… pero no estaba. No sabía lo que ocurría, ¿cómo desapareció sin dejar rastro alguno?, ¿pudo haberse mudado del sitio?, ¿no toleró más mi presencia, y decidió huir de ella?

Suena la puerta del cuarto, entra mi abuela y dice

—¿Qué haces parado en un rincón Franz?

—Mamáma… ¿Dónde está la araña que deje en mi cuarto?

—Qué…. En la mañana limpié las ventanas y le dí un escobazo a la tremenda telaraña que había allí.

—Pero si no te hacía nada ¿por qué la mataste?

—Te pudo picar… y tú, como vives en las nubes, ni cuenta te hubieras dado.

Se cierra la puerta. Y yo regreso triste a mi cama. Sentí el hecho de ver un espacio, quizá pequeño para cualquier otra persona pero inmenso para mí, como de mucha influencia en el transcurrir de mis días.

Hoy, paso de frente sin voltear al rincón de mis divagaciones, porque creo que allí yace algún significado de la vida misma. Y es que, si se siente tan necesaria la existencia de alguien o de algo, y de súbito desaparece de ti… no vuelve a ser nada igual. Tenemos la férrea idea de que todo tiene que permanecer igual siempre, de que debería existir un estado quieto de las cosas. Perdemos, perdemos mucho en este mundo… sin embargo ¡habíamos venido sin nada!

No cabe la posibilidad de aferrarnos a nadie ni a nada, y es que en algún momento, todos perderemos a alguien a quien queremos mucho, a alguien a quien amamos, dejaremos ir o se nos arrebatará algo con lo que nos habíamos acostumbrado a convivir.

Con todas las desavenencias o discrepancias, por más “picaduras” que pudiera infligirnos el otro ser, siempre habrá un hondo espacio ante la pérdida de lo que conocíamos.

Espero estar preparado para cuando llegue el día en que tenga que perder a quien considero la brújula de mi vida, y pueda comenzar a construir nuevos rumbos ya sin la presencia de mi guía. Ese día no me va a destruir.

Mientras tanto sigo sin ver el rincón de mis divagaciones porque mucha abstracción hace daño. En el camino continuo de los comienzos y los finales, tendré que ir aprendiendo, en algún momento, a no decir hasta luego, sino que en su lugar construiré con mis labios un… “adiós”

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LOS HIJOS DEL AGUA



Por Jorge Pereyra
Me gustaría ser como el agua porque ella es limpia, generosa y humilde con cualquiera. Pero no todos la quieren y respetan como yo.Pese a que las manecillas del reloj biológico de la Tierra se mueven ya en sentido inverso, por el calentamiento global, la desmedida ambición neoliberal y la contaminación ambiental, hay quienes siguen ensuciando y desapareciendo las fuentes hídricas.

El agua, recurso invalorable, que por satisfacer ambiciones foráneas e irresponsables estamos desapareciendo.

Estamos destruyendo en muy pocos años lo que al planeta le llevó millones de años en construir.
Pero, en Cajamarca, este zumo vital tiene un significado adicional. Nuestros antepasados caxamalcas, llevando a la perfección la ingeniería hidráulica, construyeron los canales pétreos de Cumbemayo para reverenciar y rendir culto al agua porque lo consideraban un elemento sagrado. La Fiesta de la Virgen de la Natividad en Baños del Inca, conocida también como Fiesta del Huanchaco, esconde asimismo un milenario rito caxamalca de celebración y adoración del agua. Por lo mismo, nuestra esencia cajamarquina está atada con las sogas de la historia a este indispensable fluido. Defender el agua, entonces, es defender Cajamarca.
Desde hace 3 mil años, nuestra cajamarquinidad se viene empapando con la magia y el poder de Cumbemayo, Los Perolitos, el Quilish, la Laguna de Chamis, etc. Somos el agua de los arroyos que bajan cantando desde las jalcas más altas y la lluvia fresca que se deposita en nuestros corazones y da origen a los puquios y cascadas.
Todo es agua en Cajamarca.
Si los Incas fueron los Hijos del Sol, los cajamarquinos somos los Hijos predilectos del Agua. Y representamos el fruto perfecto del maridaje entre la piedra y el agua. Allí están Cumbemayo y nuestras iglesias y portones que resisten con lítica terquedad el brutal paso del tiempo y el amoroso acoso de la lluvia. Aunque nunca he podido comprender cómo es que el agua siendo tan blanda moldea a la piedra dura.
Este jugo celestial siempre adopta la forma de lo que la contiene. Bulle a borbotones en el puquio, se angosta y corre como un relámpago mojado en el río, se explaya en la laguna, se esconde en el fondo de un plato de caldo verde, y se vuelve chicha agridulce en el vaso.
Está como Dios en todas partes: en la sabia savia del eucalipto, en la locura acuática del Carnaval, en la saliva feliz del quinde, en el imperceptible sudor de la penca, en la ubre filosofal de nuestras vacas, y en las lágrimas que a veces derrama el loco Terry.
Todo es agua en Cajamarca. Y por eso afrontamos a la tempestad sin paraguas. Lanzamos barquitos de papel cuando las calles se hinchan de lluvia. Asimismo, mediante la “Lava”, fregamos en el río la ropa de nuestros muertos para desprender su energía. Y los párvulos aún disfrutan sus chapuzones con animal alegría zambulléndose en alguna acequia o canal que atraviesa la ubérrima campiña cajamarquina.
El agua es vida.
Sin el agua no somos nada. Y si no pregúnteles a los beduinos lo que se siente cuando la última gota se escapa de la piel. Por eso el agua es más valiosa que el oro, aunque Yanacocha diga lo contrario. Pero lo cierto es que la vida puede prescindir del oro, pero no del agua.
El agua es vida.
Y la vida es un río vivo que desemboca becquerianamente en el mar que es el morir.
Ojalá que cuando se vaya la minería, no se lleve también el rocío de nuestros labios, la humedad de las raíces y el jubiloso chapoteo de los abrevaderos. La agricultura y la ganadería hacen parir la tierra, en tanto que la minería extrae el oro de sus entrañas como si fuera un aborto doloroso.
El Apu del Quilish no necesita de ninguna ordenanza municipal para proteger del cianuro a la riqueza acuosa que existe en su interior. Es una entidad sagrada sumamente poderosa que existe desde el principio de los tiempos y se basta a sí misma.
Los españoles se llevaron el oro de Cajamarca, pero nadie podrá jamás arrebatarnos o ensuciar nuestra agua porque ella es fina, graciosa y generosa. Y tampoco nadie puede atraparla ya que siempre se escapa riendo entre los dedos o evaporándose sensualmente sobre una teja.
Pero aquel que lo intente sufrirá la excomunión del Padre Arana y la más terrible maldición de Catequil: será transformado en una estatua de mierda condenado a beber por toda la eternidad la inmundicia líquida que vomitan las alcantarillas cajamarquinas.